Era necesario detenerse allí, en ese pedazo de arena incierto que separa Europa de África, la frontera sur de Europa: Melilla. Melilla es un enclave español en la costa marroquí, en plena región del Rif. Un territorio rodeado por una valla metálica para evitar que hombres del sur lleguen hasta nosotros, Europa. Para quienes han entrado, Melilla es una trampa. Una prisión al aire libre de la que hay que escapar a toda costa. En las inmediaciones del puerto, al anochecer, docenas de niños de la calle, indocumentados, intentarán colarse sin ser vistos. Acceder al recinto portuario con la ayuda de una cuerda, colgarse de los bajos de un camión, esconderse en un cargamento de chatarra o de cartón, o subirse a lo alto de las amarras. Hacer «riski», como ellos lo llaman; es decir, embarcarse clandestinamente, arriesgando su vida a bordo de un barco con destino a Europa. Alrededor de esta valla de acero una danza macabra de seres humanos se las ingenia para sobrevivir.